11 noviembre, 2009




Tomando la mano de la mujer amada, y postrándome de rodillas ante ella, le hice la promesa de amarla hasta el final de mis días, pero ella como siempre tan fría y tan distante no dijo nada.


Le llevaba flores todos los días a su casa, pero las dejaba a sus pies sin siquiera observar de que tipo eran, de que color, que fragancia tenían o como era la textura de los pétalos.


Le recitaba poemas de amor que ningún otro poeta escribió, le prometía la inmortalidad, el polvo de una estrella de diamantes que surcaba los cielos en los días de Luna Llena, entregarle la vía Láctea en la palma de sus manos – de las frías manos – para que contemplara la belleza de la galaxia con sus propios ojos, le jure morir de amor si era necesario con tal de tenerla cinco segundos a mi lado…


Pero Ella no respondió...Nunca jamás.



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