El Maicero
¡Mazamorra, Mazamorra!, Ese es su grito de guerra.
Es curioso que en una ciudad tan civilizada como Medellín todavía hoy se vean este tipo de personajes Macondianos o Carrasquillescos, que alegran las tardes de muchos paisas ya sea a la hora del almuerzo o para mitigar un poco el hambre de esas horas de tedio que transcurren sin gracia entre las 2:00 p.m. y las 5:00 p.m.
Las señoras que ya conocen con gran acierto su voz y su monótono horario de labores, salen en su búsqueda otras más ociosas le piden amablemente que suba a los apartamentos, de esta manera se logra el trueque de posesiones, unos ganan monedas o billetes, en el mejor de los casos, y la otra parte se nutre de una porción de este liquido blanquecino con granos de maíz que hace de esta una suculenta merienda.
Generalmente son señoras amas de casa las felices consumidoras, pero en ocasiones le compran universitarios, taxistas, celadores y gente del común, que ven en su carrito ambulante una dosis de apetitosa satisfacción. Pero detrás de esta práctica ancestral, que se remonta a los tiempos en que campesinos venían desde las montañosas veredas de Antioquia a vender sus productos a la Capital entre ellos el maíz, sorgo, arroz, madera y flores, entre otras…Encontramos a nuestro personaje estrella, algo anónimo, pero no por ello menos importante que cualquier habitante de la Ciudad de La Eterna Primavera, su nombre como buen Antioqueño es José Jaramillo Botero, padre viudo de 4 hijos, a los cuales no ve hace mas de 15 años, según palabras del mismo Señor José: “Los hijos son de uno hasta que arman rancho aparte y hacen familia”, se nota en sus palabras la tristeza de un ser solitario que sobrevive día a día de su trabajo pero sin el cariño de una familia.
Sus días de trabajo transcurren en función de una de las actividades que todavía es gratis en Medellín, caminar, se levanta muy temprano a preparar su producto, monta el fogón, el cual contiene la leche y el maíz que compra cada noche antes de dormir, revisa con meticuloso cuidado aunque algo empírico el punto de ebullición preciso para la cocción, cuando el apetecido producto está listo, lo deposita en una olla térmica para su distribución, “el camello” comienza tipo 6 a.m. y nuestro héroe que vive en El Barrio Buenos Aires comienza su recorrido el cual cubre gran parte de la ciudad, pasando por Boston, El Centro de Medellín donde vende mucho su producto en el Parque Berrio, Prado y finaliza al mediodía en Sevilla por los alrededores de la Universidad de Antioquia, llega la hora del almuerzo y Don José toma un descanso que acompaña de su coca* en la cual empaca sagradamente un pequeño pero añorado alimento, algo de arroz aplastado y frío, una tajada de maduro, huevo o carne dependiendo de las ganancias del día y un aguacate, que compra a su buen amigo Carlos Sandoval que tiene una pequeña chaza** de frutas y verduras; este feliz almuerzo siempre va acompañado de una malta.
Termina la comida, hace una pequeña siesta en un banquillo que carga en su vehículo y sigue la jornada. El día laboral termina tipo 4:30 p.m. – 5:00 p.m. de la tarde; con las ganancias del día y unas ganas inmensas de llegar a su aposento, retorna con paciencia haciendo el mismo recorrido pero ahora este lo llevara a su hogar, una pequeña casa en la cual le dieron posada hace ya 5 años, una familia que al verlo un día tirado como un perro famélico se condolió de su suerte y le dio amablemente una habitación en su casa, algo de comida y el derecho a ser parte de dicha familia, y aunque él siente en gran parte aprecio por ellos, sabe que lo que hicieron fue un gesto de buena voluntad mas no de amor.
A medida que este va subiendo y bajando colinas piensa en su fallecida mujer, en sus hijos, pero a su vez en la dicha de tener un trabajo honrado en una Ciudad donde esa palabra se desvanece cada vez más, sus manos algo maltrechas por el tiempo siguen empujando su carrito, cada 20 metros una voz amiga lo saluda, Don José es a su modo un personaje público, querido por todos en las calles. Ya faltan tan solo 5 metros para llegar a la casa, en el Barrio Buenos Aires el ambiente es muy fraternal y a pesar de la violencia de la Ciudad se respira algo de Paz, Don José busca entre sus cachivaches las llaves de la casa, abre la puerta y nota que las luces están todas apagadas, -“carajo, cortaron los servicios”, piensa – de repente una explosión y algarabía lleno la casa de destellos y confetis, paralizado en la puerta de la casa Don José no logra entender que sucede, pide una explicación pero antes de que le recuerden la fecha que era y que hacia tiempos ya no recordaba como algo especial, echa un vistazo a la mesa principal, en la cual no comía por pena, y observa una gran Torta de Chocolate con una velita en el centro la cual lleva el número 65 inscrita, mira a su alrededor y todos los vecinos están congregados allí, Él solo atina a decir: “Gracias” , y una lagrima escapa de su ojo.
Aunque la felicidad nunca es completa, se podría decir que ese fue uno de los días más felices de José Jaramillo, -“nunca había llorado de felicidad”- fue un día más en su existencia pero un gran gesto de amor para su pobre alma desdichada…
*Recipiente donde se guarda comida.
**Tienda Informal.
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