25 septiembre, 2009

El Ramone

El Ramone

La silueta del sujeto que acababa de entrar al local me impresiono demasiado, es raro ver un espécimen de esos por estos lados de la Ciudad, a esa gente es común verla por el centro y ciertos tipos de antros sociales de baja calaña, pero no en esta parte de la Ciudad donde vivimos la gente de bien.


Medellín es una ciudad hermosa, pero como todas las Ciudades a la vanguardia del primer Mundo tiene ciertos baches negros en los cuales colapsan todo tipo de subculturas (como ellos se denominan acertadamente), la máxima expresión de la degradación del ser humano se ve representada allí.

Lo mire de arriba-abajo para asegurarme que no estuviera armado, como suelen andar ellos, aparentemente solo quería comprar; entonces comencé a descifrar por la apariencia del susodicho a que tribu urbana pertenecía.

Era un joven de unos dieciocho años de edad, de tez blanca, ojos azules; su mirada era tan penetrante que hipnotizaba, no parecían dos glóbulos oculares sino un par de piedras preciosas demasiado brillantes, usaba una camiseta blanca algo curtida con una calavera en el pecho y un mensaje en Ingles que decía “Fuck Me”, una chaqueta negra en cuero que llevaba tirada sobre su hombro izquierdo, un pantalón negro algo sucio también y unas botas militares que le daban cierto aire de hombre superdotado, además de piercings y taches acostumbrados en ellos, manillas con taches metálicos, correa igualmente con taches, y estaba lleno de una gran gama de tatuajes a lo largo de los brazos, que honestamente no entendía además de ser poco artísticos; pero lo que realmente llamo mi atención por lo estético de la imagen fue su cabello, erizado y aplanado como una brocha que quiere tocar el cielo con la punta, era de un color verde intenso en la base, que se iba desvaneciendo a medida que subía, dando espacio a otra gama de colores, parecía una antorcha humana porque los colores intentaban imitar una llama.

-Tenes Green Light abuela; me pregunto.

-Aquí no vendemos vicio, le respondí con cierta soberbia.

-Y los que están al fondo; e indicándome con su dedo índice apunto a la vitrina que tenia al final de la tienda.

-No vendemos unidades, se vende la cajetilla completa; le dije.

-Me da una.

Tomando las precauciones pertinentes me asegure mirando siempre por los espejos retrovisores de la tienda al muchacho, agarre la cajetilla de cigarros y me dirigí hacia la caja registradora.

-Son $3.500

-Tiene devuelta para un billete de $10.000; me respondió.

-Claro que sí; le asegure.

Tome su billete lo analice a contraluz, luego lo palpe muy bien para verificar que no me fueran a robar con un billete falso, pasó la prueba, por último lo pase por el detector que utiliza un sistema de reconocimiento de la tinta magnética, el hilo metálico e infrarrojo, para asegurarme.

-Uno nunca sabe, le dije.

Él solo inclino los hombros y frunció el seño demostrando indiferencia.

Hice el cálculo de la transacción, abrí la caja, tome la devuelta, la cajetilla de cigarrillos y se los entregue, para así deshacerme del molesto comprador. Él se marcho satisfecho con la compra, saco uno le dio dos golpecitos con su dedo índice y se lo metió a la boca, a lo lejos se veían las bocanadas. Me destinaba entonces a proseguir con el inventario cuando otro cliente entro, le pregunte que necesitaba sin levantar la vista, cuando escuche la voz del joven indeseable que me decía:

-Solo vengo a devolverle su billete, y muchas gracias por los cigarrillos.

Y colocando su mano cerca de la caja registradora me entrego un billete de $50.000 que le había dado por error con la devuelta. De inmediato abrí la caja y justamente se encontraban allí 3 billetes de $50.000 y no cuatro como preveía. Avergonzada levante la vista para agradecer el gesto de honradez de este chico y de paso regalarle algo; pero cuando iba a hacerlo el joven ya no se veía en las cercanías de la tienda, se había ido sin más.

Ese día, como acostumbro en los de inventario, salí temprano del local, cerré todas las puertas, puse seguro a la del frente y active la alarma anti-robos; era un jueves de final de mes, las ventas habían sido buenas, con ganancias del 70%, pare un taxi y lo aborde, a pocas cuadras para llegar a la casa de mi nieto que me había invitado a cenar, recuerdo la imagen que se me quedo grabada de ese día, un cielo majestuoso como un lienzo de una obra de arte con extraños tintes jamás vistos, como unos brochazos tirados con cierta tristeza y melancolía en los cuales se fundía el rojo, el violeta y el naranja.


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